El último día acentuó la pasión en las tribunas; "acá los hinchas se motivan si está el público argentino enfrente", reconoció Nadal.
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España y la Argentina viven esa extraña relación de amigos-rivales. Lo transmiten los jugadores desde el polvo de ladrillo y lo confirmaron los 25.000 espectadores que llegaron al estadio Olímpico de La Cartuja para vivir el último día de una serie que parecía liquidada el viernes, pero renació el sábado y entregó un espectáculo tenístico cinco estrellas ayer.
Españoles y argentinos se quieren, se respetan, comparten espacios sin ir al choque y hasta entran en chicaneos, pero se trenzan en gritos que se asemejan a aquellas charlas de café en las que todos hablan y nadie se escucha. Uno alza la voz y el otro quiere (y debe) alzarla un poco más.
Ya lo dijo Rafa Nadal, tras vencer a Mónaco: "Acá, los hinchas se motivan cuando tienen al público argentino enfrente". Y se pudo palpar en el resto de la serie, con el punto más alto en la reacción que mostraron los visitantes ayer, cuando la desventaja de 0-2 de Juan Martín del Potro en el cuarto set hizo explotar al puñado albiceleste y generó tanta energía que lograron darle un poco más de aire al tandilense, que parecía desgastado, entregado. Saltó como un león al polvo de ladrillo sevillano y apretó el puño de cara al rincón argentino de la cabecera Norte. Era el gesto que necesitaba. "Rafa estaba dominando mucho y sabía que era el último set de la serie y tenía que dar todo; lo logré con la ayuda de la gente, del equipo y con mi concentración. Era mi última entrega", confesó Delpo, tras la derrota que sentenció la final.
Locales en territorio visitante, los argentinos se hicieron sentir los tres días, aunque el apoyo no alcanzó. Animaron el fin de semana, pero la fiesta quedó para los dueños de casa. Hasta el capitán Albert Costa se animó a pedir un poco más de entrega desde las tribunas, justo cuando desde la organización pedían silencio.
Después, llegó el desahogo de la marea roja. Con Nadal metido nuevamente en el partido, se empezó a escuchar un murmullo bien conocido por estas tierras: el "¡Campeones, campeones, olé, olé!" fue de la mano, vaya paradoja, del recuento con los dedos de los cinco títulos de Copa Davis. Sólo faltaba el último saque y ya se sentían testigos privilegiados de otro hito de una generación única.
El resto es historia reciente, pero conocida. Nadal cayó desplomado y luego inició una curiosa vuelta olímpica de cara al rey Juan Carlos. Luego, antes de abrazar a sus compañeros, se tomó un tiempo para saludar, uno por uno, a todos los integrantes del equipo capitaneado por Tito Vázquez. Un gesto de campeón, mientras Ferrer, Verdasco, López y compañía celebraban en el medio de la cancha central. Sucedió en el mismo momento en que la parcialidad argentina reconocía el esfuerzo de Delpo y empezaba a sonar desde los altavoces la canción copera local al ritmo de La Mosca, la banda argentina que todos tararearon en La Cartuja. Otra extraña conexión en esa relación de amigos-rivales.
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España y la Argentina viven esa extraña relación de amigos-rivales. Lo transmiten los jugadores desde el polvo de ladrillo y lo confirmaron los 25.000 espectadores que llegaron al estadio Olímpico de La Cartuja para vivir el último día de una serie que parecía liquidada el viernes, pero renació el sábado y entregó un espectáculo tenístico cinco estrellas ayer.
Españoles y argentinos se quieren, se respetan, comparten espacios sin ir al choque y hasta entran en chicaneos, pero se trenzan en gritos que se asemejan a aquellas charlas de café en las que todos hablan y nadie se escucha. Uno alza la voz y el otro quiere (y debe) alzarla un poco más.
Ya lo dijo Rafa Nadal, tras vencer a Mónaco: "Acá, los hinchas se motivan cuando tienen al público argentino enfrente". Y se pudo palpar en el resto de la serie, con el punto más alto en la reacción que mostraron los visitantes ayer, cuando la desventaja de 0-2 de Juan Martín del Potro en el cuarto set hizo explotar al puñado albiceleste y generó tanta energía que lograron darle un poco más de aire al tandilense, que parecía desgastado, entregado. Saltó como un león al polvo de ladrillo sevillano y apretó el puño de cara al rincón argentino de la cabecera Norte. Era el gesto que necesitaba. "Rafa estaba dominando mucho y sabía que era el último set de la serie y tenía que dar todo; lo logré con la ayuda de la gente, del equipo y con mi concentración. Era mi última entrega", confesó Delpo, tras la derrota que sentenció la final.
Locales en territorio visitante, los argentinos se hicieron sentir los tres días, aunque el apoyo no alcanzó. Animaron el fin de semana, pero la fiesta quedó para los dueños de casa. Hasta el capitán Albert Costa se animó a pedir un poco más de entrega desde las tribunas, justo cuando desde la organización pedían silencio.
Después, llegó el desahogo de la marea roja. Con Nadal metido nuevamente en el partido, se empezó a escuchar un murmullo bien conocido por estas tierras: el "¡Campeones, campeones, olé, olé!" fue de la mano, vaya paradoja, del recuento con los dedos de los cinco títulos de Copa Davis. Sólo faltaba el último saque y ya se sentían testigos privilegiados de otro hito de una generación única.
El resto es historia reciente, pero conocida. Nadal cayó desplomado y luego inició una curiosa vuelta olímpica de cara al rey Juan Carlos. Luego, antes de abrazar a sus compañeros, se tomó un tiempo para saludar, uno por uno, a todos los integrantes del equipo capitaneado por Tito Vázquez. Un gesto de campeón, mientras Ferrer, Verdasco, López y compañía celebraban en el medio de la cancha central. Sucedió en el mismo momento en que la parcialidad argentina reconocía el esfuerzo de Delpo y empezaba a sonar desde los altavoces la canción copera local al ritmo de La Mosca, la banda argentina que todos tararearon en La Cartuja. Otra extraña conexión en esa relación de amigos-rivales.