EN MEDIO DE LA TRISTEZA, PÉREZ GUEDES CONFIRMÓ SU POTENCIAL.
Pese a que los últimos partidos sugirieron lo contrario, Olimpo confirmó su descenso con una versión exagerada de las miserias de toda una temporada. De un lado, la sensación de que con poquito más la historia hubiera sido otra. Del otro, un Rosada múy útil como jugador pero que se enojó como un líder nunca debe hacerlo y despreció la cinta de capitán arrojándola al suelo.
Símbolos de todo el sufrimiento Aurinegro desde que el equipo empezó a desplomarse en el Apertura y el vestuario se vino abajo. De un lado el juego, y un nuevo desaprovechamiento de las debilidades de un rival. El mismo sabor amargo de tantos empates evitables cuando el timón lo maniobraba Omar De Felippe, y la misma frustración que cuando Godoy Cruz y Banfield hicieron méritos para que Olimpo resucitara cuando el DT ya era Rivoira.
La derrota en San Juan fue igual. Con un gol tan temprano, y más cuando el rival realmente está en la lucha por la permanencia, la tarea debió ser mucho más simple. Era cuestión de que Saavedra se la siguiera pasando a uno de amarillo y negro o la dejara escapar bajo la suela, o que Wagner pegara otra patada, o que Núñez de a poco perdiera sus socios. Era muy poquito lo que había que hacer. Exactamente lo mismo que hizo San Martín hace una rueda en el Carminatti: meter el primero y dejar que la desesperación ajena liquidara el partido.
Olimpo consiguió cumplir con su partecita durante apenas diez minutos. Fue cuando Pérez Guedes puso el 2-0, momentos en los cuales se paralizó al Verdinegro moviendo la pelota con Rolle, Pérez Guedes y Laso, quienes hicieron buen uso de las libertades que les otorga Perazzo para juntarse y disimular así la ausencia imprevista de Franzoia. Ese segmento y nada más. En el primer tiempo, siempre en ventaja, los nervios locales eran correspondidos con falta de coordinación defensiva del Aurinegro, lo que permitía imaginar un gol en cualquier arco producto de errores. El destino le dio la oportunidad a Olimpo de ser quien lo convierta, pero ni así se le pudo bajar un cambio al partido y sus desprolijidades.
La defensa que conformó tanto a Perazzo un par de veces, en San Juan flaqueó pese al apoyo del doble cinco compuesto por Musto y Rosada. Seis tipos abocados a cerrar el arco de Ibáñez, pero que no pudieron evitar los desbordes de Núñez, los centros de Álvarez, Saavedra o Bogado, la peligrosidad de Carrusca ganando espaldas, ni se impusieron en el juego aéreo ante Penco. Si San Martín tardó más de 70 minutos en meter un gol fue porque los jugadores mencionados estuvieron igual de sugestionados que los bahienses producto de un posible descenso que durante un rato vieron muy de cerca.
Y cuando descontó Penco, justamente por una de esas falencias apuntadas, San Martín se encontró ante los mismos diez minutos de ventaja mental que tuvo Olimpo después del 2-0. El equipo de Sava aprovechó las facilidades que el bahiense no: dos contra cinco en el área, peleó un rebote y puso el 2-2; y supo ganarlo cuando Mancinelli se fue a jugar de nueve porque el descenso estaba a segundos de concretarse.
En el medio del fútbol propiamente dicho aparece lo intangible del trabajo en equipo. Sumar buenas noticias desde el plano individual es fácil. La posible venta de Rolle en un precio interesante es una de ellas. Las apariciones de Pérez Guedes y Parnisari también son corajeadas personales, y ellas son méritos a su vez de otras dos visiones individuales: De Felippe en un caso y Laspada en el otro, quienes los vieron antes y mejor que nadie. Mancinelli y Díaz son otros buenos ejemplos de opciones potables.
Siempre va a haber situaciones puntuales para destacar. Pero una cosa es sumar individualidades y otra cosa es potenciarlas. Solo el segundo camino conduce al objetivo colectivo, y se logra a través de un liderazgo que no se puede palpar tan fácil porque simplemente con los ojos no alcanza, pero que existe e influye. Tal vez la importancia de la cinta de capitán está sobredimensionada, y el desprecio de Rosada al arrojarla al piso corresponde a un incidente menor. Pero cuaja tan perfecto como síntesis y símbolo de lo que este plantel de jugadores padeció durante estos meses, que cuando se exterioriza la mínima evidencia de ese problema intangible que en fútbol se llama manejo de vestuario es muy difícil dejar de señalarlo.
No se trata de una valoración humana porque el enojo de Rosada es genuino, y fallar en el liderazgo no lo hace mejor o peor persona. La búsqueda de chivos expiatorios y culpables queda para los carroñeros que nunca faltan. Cada protagonista está en condiciones de hipotetizar sobre las causas, y los de afuera sólo están habilitados para percibir las consecuencias. La cinta de capitán arrugada y en el piso es parte de eso: la consecuencia. El símbolo de un descenso tres fechas antes de terminar la temporada.
Pese a que los últimos partidos sugirieron lo contrario, Olimpo confirmó su descenso con una versión exagerada de las miserias de toda una temporada. De un lado, la sensación de que con poquito más la historia hubiera sido otra. Del otro, un Rosada múy útil como jugador pero que se enojó como un líder nunca debe hacerlo y despreció la cinta de capitán arrojándola al suelo.
Símbolos de todo el sufrimiento Aurinegro desde que el equipo empezó a desplomarse en el Apertura y el vestuario se vino abajo. De un lado el juego, y un nuevo desaprovechamiento de las debilidades de un rival. El mismo sabor amargo de tantos empates evitables cuando el timón lo maniobraba Omar De Felippe, y la misma frustración que cuando Godoy Cruz y Banfield hicieron méritos para que Olimpo resucitara cuando el DT ya era Rivoira.
La derrota en San Juan fue igual. Con un gol tan temprano, y más cuando el rival realmente está en la lucha por la permanencia, la tarea debió ser mucho más simple. Era cuestión de que Saavedra se la siguiera pasando a uno de amarillo y negro o la dejara escapar bajo la suela, o que Wagner pegara otra patada, o que Núñez de a poco perdiera sus socios. Era muy poquito lo que había que hacer. Exactamente lo mismo que hizo San Martín hace una rueda en el Carminatti: meter el primero y dejar que la desesperación ajena liquidara el partido.
Olimpo consiguió cumplir con su partecita durante apenas diez minutos. Fue cuando Pérez Guedes puso el 2-0, momentos en los cuales se paralizó al Verdinegro moviendo la pelota con Rolle, Pérez Guedes y Laso, quienes hicieron buen uso de las libertades que les otorga Perazzo para juntarse y disimular así la ausencia imprevista de Franzoia. Ese segmento y nada más. En el primer tiempo, siempre en ventaja, los nervios locales eran correspondidos con falta de coordinación defensiva del Aurinegro, lo que permitía imaginar un gol en cualquier arco producto de errores. El destino le dio la oportunidad a Olimpo de ser quien lo convierta, pero ni así se le pudo bajar un cambio al partido y sus desprolijidades.
La defensa que conformó tanto a Perazzo un par de veces, en San Juan flaqueó pese al apoyo del doble cinco compuesto por Musto y Rosada. Seis tipos abocados a cerrar el arco de Ibáñez, pero que no pudieron evitar los desbordes de Núñez, los centros de Álvarez, Saavedra o Bogado, la peligrosidad de Carrusca ganando espaldas, ni se impusieron en el juego aéreo ante Penco. Si San Martín tardó más de 70 minutos en meter un gol fue porque los jugadores mencionados estuvieron igual de sugestionados que los bahienses producto de un posible descenso que durante un rato vieron muy de cerca.
Y cuando descontó Penco, justamente por una de esas falencias apuntadas, San Martín se encontró ante los mismos diez minutos de ventaja mental que tuvo Olimpo después del 2-0. El equipo de Sava aprovechó las facilidades que el bahiense no: dos contra cinco en el área, peleó un rebote y puso el 2-2; y supo ganarlo cuando Mancinelli se fue a jugar de nueve porque el descenso estaba a segundos de concretarse.
En el medio del fútbol propiamente dicho aparece lo intangible del trabajo en equipo. Sumar buenas noticias desde el plano individual es fácil. La posible venta de Rolle en un precio interesante es una de ellas. Las apariciones de Pérez Guedes y Parnisari también son corajeadas personales, y ellas son méritos a su vez de otras dos visiones individuales: De Felippe en un caso y Laspada en el otro, quienes los vieron antes y mejor que nadie. Mancinelli y Díaz son otros buenos ejemplos de opciones potables.
Siempre va a haber situaciones puntuales para destacar. Pero una cosa es sumar individualidades y otra cosa es potenciarlas. Solo el segundo camino conduce al objetivo colectivo, y se logra a través de un liderazgo que no se puede palpar tan fácil porque simplemente con los ojos no alcanza, pero que existe e influye. Tal vez la importancia de la cinta de capitán está sobredimensionada, y el desprecio de Rosada al arrojarla al piso corresponde a un incidente menor. Pero cuaja tan perfecto como síntesis y símbolo de lo que este plantel de jugadores padeció durante estos meses, que cuando se exterioriza la mínima evidencia de ese problema intangible que en fútbol se llama manejo de vestuario es muy difícil dejar de señalarlo.
No se trata de una valoración humana porque el enojo de Rosada es genuino, y fallar en el liderazgo no lo hace mejor o peor persona. La búsqueda de chivos expiatorios y culpables queda para los carroñeros que nunca faltan. Cada protagonista está en condiciones de hipotetizar sobre las causas, y los de afuera sólo están habilitados para percibir las consecuencias. La cinta de capitán arrugada y en el piso es parte de eso: la consecuencia. El símbolo de un descenso tres fechas antes de terminar la temporada.