El pitazo final de Germán Delfino dejó a todos sumidos en la tristeza. Con la derrota como local ante Newell’s, terminó por desaparecer la incertidumbre para darle cabida a la certeza. Esta vez no hubo árbitro a quien apuntarle, ni siquiera al factor suerte. El diagnóstico pasa por la categoría de los protagonistas, y en eso no hay vuelta atrás.
El pitazo final de Germán Delfino dejó a todos sumidos en la tristeza. Con la derrota como local ante Newell’s, terminó por desaparecer la incertidumbre para darle cabida a la certeza. Esta vez no hubo árbitro a quien apuntarle, ni siquiera al factor suerte. El diagnóstico pasa por la categoría de los protagonistas, y en eso no hay vuelta atrás.
El Aurinegro tiene un correcto manejo de la pelota, pero falla en el fondo y no concreta arriba. Demasiadas carencias para evitar el descenso. Olimpo fue por momentos más, mostró cosas nuevas y mereció no perder, pero ni siquiera con eso pudo evitar otra caída. Arrancó más decidido que de costumbre, con mayor intensidad. Presión en la salida rival y dinamismo en ataque eran los componentes de una fórmula que acorraló a Newell’s.
Las buenas triangulaciones entre Laso, Rolle y Franzoia empezaron a inquietar a Peratta, principalmente por el sector izquierdo. Y si bien esa superioridad inicial no podía presagiar nada por los antecedentes de este errático equipo, el gol debía estar al caer y así fue. Laso capturó un rebote después de otra buena jugada combinada y con violencia decretó el 1-0 merecido a los 15 minutos.
Sin embargo la alegría duró poco, apenas un abrir y cerrar de ojos. Los once de Martino ya habían inquietado con pelotazos largos, encontrando espacios entre la zona de volantes y la defensa. Y el empate llegó de esa manera, típica en terreno reducido. Salida desde el arco, forcejeo del delantero con un defensor (Villanueva) que falla, y Figueroa que llega de frente y con espacio.
Con ese golpe, Olimpo quedó groggy y se desinfló por completo. El dominio del Leproso se hizo absoluto y los ataques comenzaron a repetirse, siempre a partir del vacío que encontraba en el medio Aurinegro. Intentos de media distancia, pelotazos frontales y centros cruzados hicieron trabajar a Ibáñez. Aquel Olimpo con variantes, que no se repetía y que insinuaba cosas positivas, desapareció por completo. Newell’s se hizo dueño de la pelota y del medio, y le inclinó la cancha.
En el complemento Olimpo volvió a tener el control, pero reaparecieron por un buen rato las flaquezas de siempre. Prolijo en el toque, hasta por momentos vertical, pero liviano en ataque y las que tuvo las desperdició. La defensa tampoco otorgaba garantías, y a los 30 volvió a salir lastimada. Aquino la dominó, las marcas fueron hacia él y sirvió para Pérez que con velocidad por derecha eludió a Ibáñez y marcó el 2-1 definitivo.
Como consuelo, en los últimos quince minutos, el equipo de Perazzo volvió a mostrar algunas cositas nuevas, aún en la derrota. Porque disimuló la diferencia en la tabla, porque reaccionó como antes no lo hacía, y hasta quizás haya merecido el empate.
Fue derrota, otra más. Y la palabra impotencia empieza a cederle el lugar a la resignación. Se probaron esquemas, técnicos y jugadores, y el resultado fue el mismo. Habiendo ya visto todo, y reconociendo que no hay más, el problema es de jerarquía. Podrán los jugadores seguir evitando mencionar la palabra descenso, pero internamente saben que no hay herramientas para evitarlo.
El pitazo final de Germán Delfino dejó a todos sumidos en la tristeza. Con la derrota como local ante Newell’s, terminó por desaparecer la incertidumbre para darle cabida a la certeza. Esta vez no hubo árbitro a quien apuntarle, ni siquiera al factor suerte. El diagnóstico pasa por la categoría de los protagonistas, y en eso no hay vuelta atrás.
El Aurinegro tiene un correcto manejo de la pelota, pero falla en el fondo y no concreta arriba. Demasiadas carencias para evitar el descenso. Olimpo fue por momentos más, mostró cosas nuevas y mereció no perder, pero ni siquiera con eso pudo evitar otra caída. Arrancó más decidido que de costumbre, con mayor intensidad. Presión en la salida rival y dinamismo en ataque eran los componentes de una fórmula que acorraló a Newell’s.
Las buenas triangulaciones entre Laso, Rolle y Franzoia empezaron a inquietar a Peratta, principalmente por el sector izquierdo. Y si bien esa superioridad inicial no podía presagiar nada por los antecedentes de este errático equipo, el gol debía estar al caer y así fue. Laso capturó un rebote después de otra buena jugada combinada y con violencia decretó el 1-0 merecido a los 15 minutos.
Sin embargo la alegría duró poco, apenas un abrir y cerrar de ojos. Los once de Martino ya habían inquietado con pelotazos largos, encontrando espacios entre la zona de volantes y la defensa. Y el empate llegó de esa manera, típica en terreno reducido. Salida desde el arco, forcejeo del delantero con un defensor (Villanueva) que falla, y Figueroa que llega de frente y con espacio.
Con ese golpe, Olimpo quedó groggy y se desinfló por completo. El dominio del Leproso se hizo absoluto y los ataques comenzaron a repetirse, siempre a partir del vacío que encontraba en el medio Aurinegro. Intentos de media distancia, pelotazos frontales y centros cruzados hicieron trabajar a Ibáñez. Aquel Olimpo con variantes, que no se repetía y que insinuaba cosas positivas, desapareció por completo. Newell’s se hizo dueño de la pelota y del medio, y le inclinó la cancha.
En el complemento Olimpo volvió a tener el control, pero reaparecieron por un buen rato las flaquezas de siempre. Prolijo en el toque, hasta por momentos vertical, pero liviano en ataque y las que tuvo las desperdició. La defensa tampoco otorgaba garantías, y a los 30 volvió a salir lastimada. Aquino la dominó, las marcas fueron hacia él y sirvió para Pérez que con velocidad por derecha eludió a Ibáñez y marcó el 2-1 definitivo.
Como consuelo, en los últimos quince minutos, el equipo de Perazzo volvió a mostrar algunas cositas nuevas, aún en la derrota. Porque disimuló la diferencia en la tabla, porque reaccionó como antes no lo hacía, y hasta quizás haya merecido el empate.
Fue derrota, otra más. Y la palabra impotencia empieza a cederle el lugar a la resignación. Se probaron esquemas, técnicos y jugadores, y el resultado fue el mismo. Habiendo ya visto todo, y reconociendo que no hay más, el problema es de jerarquía. Podrán los jugadores seguir evitando mencionar la palabra descenso, pero internamente saben que no hay herramientas para evitarlo.